Un día llegué a Rincón del Cerro, un lugar al oeste de Montevideo donde la ruralidad se vive de una forma especial. Rodeados de huertas vigiladas por el gran Cerro sobre la bahía y arropados por el Río de La Plata.
Viñedos de antaño, historias, se tejen en una zona pujante, donde el tiempo parece transcurrir pausado para compartir vivencias y sembrar esperanza. Así nos inspiramos en un proyecto educativo anhelado por Pepe y Lucía, a quienes tuve el privilegio de conocer y preguntarles cómo deseaban cristalizar sus sueños junto a los jóvenes que no tenían un lugar de encuentro para atender la continuidad educativa.
De alguna manera me reencontré con mi infancia, mi escuela rural en Colonia y un entorno familiar para fortalecer la identidad del lugar. Así, entre amaneceres detrás de las palmeras y trinos de zorzales, recibíamos los estudiantes, algunos a caballo, todos felices, un abrazo y la rueda de mates tempranera. Luego todos dispuestos para comenzar la jornada que se extendía hasta la tarde. Así se fue construyendo el compromiso junto a compañeros docentes que realizaban sus aportes con profesionalidad y amor, en la única forma en que el aprendizaje tiene lugar, desde el vínculo que nos transforma.
Una propuesta educativa cuyo eje transversal era la producción orgánica familiar, característica de la zona, nos dio la oportunidad de dar valor y real significado al aprendizaje. A través de la interdisciplinariedad de las asignaturas surgieron proyectos de interés de los jóvenes y una comunidad que sentimos muy cercana a través de la grandeza de Pepe. Entonces el Centro Educativo Agrario Rincón del Cerro fortaleció su identidad, era visitado por muchas personas de diferentes nacionalidades que dejaban su agradecimiento a Pepe y Lucía. Un día plantamos la avena entre charlas de la vida que quedaron por ahí, en los mates, en los trinos de teruterus y zorzales. Cuando la plantación estuvo pronta para verdear llegó la vaca lechera de Florida, la máquina de ordeñe de San José y el primer vaso de leche recién ordeñada para Pepe. Al llegar el invierno, la carneada, abundancia de verduras, huevos de campo, exquisiteces de la cocina.
Se naturalizó la forma de compartir en la certeza de recibir y colmar el corazón de bendiciones. Ese, es el gran legado de Pepe, el valor de cada gesto, su integridad personal y su entrega incondicional. En las últimas líneas, nubladas por la emoción, agradezco a la vida que me puso en vuestro camino, en ese Rincón del Oeste de Montevideo junto a maravillosas personas que llevaré en mi corazón hasta el final. Hoy los reencuentro a todos en el vaivén de las olas del mar, en el Cerro de los Pescadores. Les abrazo en lo compartido, Sembrando Esperanza.

María Inés Pérez
(Ex directora de la Escuela Agraria Rincón del Cerro)