A menudo escuchamos hablar de comunidades indígenas, sin embargo, muy poco sabemos de ellos, cómo viven, en dónde y qué es lo que piensan.
En las escuetas noticias que nos llegan sobre las reivindicaciones de diferentes tribus indígenas de Sud América que aún continúan luchando y reclamando, a sus respectivos gobiernos, por sus tierras y defendiendo su identidad, estos pedidos nos parecen ajenos, no se entiende el justo reclamo y pensamos que son un grupo en extinción que ya no tienen fuerza.
Uno de estos casos, es el de los indígenas guaraníes; los mismos han sido “corridos” originando su emigración por otros países de América Latina como por ejemplo, Uruguay.
De ellos nos ocuparemos en esta edición.
Hace muchos años ellos atravesaron Brasil, Argentina para luego radicarse en nuestro país. El primer alojamiento tuvo lugar en campos solitarios del departamento de Salto, más tarde se trasladaron a Treinta y Tres y finalmente su peregrinación culminó en nuestra zona. Hace ya más de diez años que la comunidad indígena MBYA vive en el Oeste del departamento de Montevideo.
Según ellos mismos cuentan, por poco tiempo vivieron en Pajas Blancas. luego se instalaron en el Parque Lecocq lugar que fue cedido por la Intendencia Municipal, para que estos indígenas pudieran vivir más naturalmente sin ser molestados por los curiosos que los miran como seres extraños.
LA PRENSA DE LA ZONA OESTE, fue invitada por uno de los integrantes de la comunidad para visitar la misma, y hasta allí nos trasladamos. Cabe señalar que ellos no son proclives a recibir visitas; motivo por el cual estamos muy agradecidos de esta deferencia para con el periódico.
El periplo junto con nuestro fotógrafo, Sergio, comenzó por la Avenida Luis Batlle Berres, por el cual circulamos hasta pasados doscientos metros de la entrada del Parque. Allí entramos en un sinuoso y estrecho camino guiados por Elbio, uno de los guaraníes que nos esperó en la avenida. Una curva a la izquierda, otra a la derecha, ramas de árboles que nos rozan, otra curva, un zanjón, unos cuantos metros más y entonces sí, a los lejos comenzamos a divisar unas chozas de barro y techo de palmera.
Vicente, uno de los mayores nos sale a recibir. Hace bastante tiempo nos había invitado y le debíamos esta visita.
Prontamente se suma a la reunión Andrés Fernández, un joven de 25 años que es el responsable de la tribu y nos cuenta que, en el comienzo, la comunidad estaba conformada por veinte familias, pero que actualmente son menos, la misma está integrada por cinco personas mayores y dos de las cuales son mujeres.
Una de ellas. Petrona. tiene 99 años de edad. La población se complementa con cuatro niños.
Viven en chozas de barro forradas de madera, actualmente hay ocho construcciones de ese tipo, utilizando una de ellas para templo y como taller, en donde los días de lluvia realizan los trabajos de artesanías.
Sobre por qué eligieron estas tierras Andrés, nos comentó, “nosotros hemos sido corridos de nuestras propias tierras, la civilización se ha encargado de construir carreteras, depredar las fuentes naturales de alimentación, como animales y vegetales, ésto trajo como consecuencia, que tuviéramos que buscar otro lugar. Hace muchos años que ingresamos en este país buscando un lugar en dónde vivir de la naturaleza y estar tranquilos.”
Respecto a cómo se alimentan y cómo subsisten nos dijo, “nosotros pretendemos vivir de los frutos de la tierra y de la caza, aquí estamos tranquilos, pero no podernos vivir de ello, estamos muy cerca de la gente, hay mucho ruido.
Hace un buen tiempo que plantábamos hortalizas, choclos y vegetales, pero ahora con la sequía hemos perdido todo. O sea que sólo vivimos de la venta de miel y de los cestos que hacemos, y con lo que cobramos, compramos alimentos para comer.”
Nos inquietaba saber cómo actuaban frente a las enfermedades y si vacunaban a sus hijos; “nosotros no nos enfermarnos y sí algo nos molesta siempre hay una planta por aquí cerca que sirve para curarnos. Nuestros hijos no precisan las vacunas, ellos nunca se enferman”. Enfatizó.
Al consultar acerca de si los pequeños iban a la escuela, la respuesta fue “NO”.
Sobre si están conformes de vivir aquí o desearían volver a su lugar de origen dijeron, “aquí estamos bien, nos dejan vivir tranquilos, pero hay mucho ruido, muchos eucaliptos y no hay animales, ni frutos para vivir de ellos. A nosotros nos gustaría vivir en una isla natural.” Sin duda nos quedó mucho por conocer de esta comunidad guaraní que habitan nuestra zona, pero vale recordar que ellos son bastante hoscos y reservados en su hablar.
Creemos de todos modos haber pintado en forma gráfica una pequeña semblanza para que todos los que alguna vez los vieron o para los que no los conocen, tengan a partir de ahora, una visión general de cómo viven. Y desde ahora cuando algún domingo los vean a la entrada del Parque Lecocq vendiendo cesto de bambú o miel, sepan que de esas ventas es que los indígenas sobreviven.